La actividad agropecuaria es una de las más consistentes en el mundo en cuanto a productividad. Entre 1970 y 2015, la producción mundial se triplicó, debido a la expansión de área y uso de tecnologías vinculadas a desarrollos genéticos, fertilizantes, protección de cultivos y maquinaria. Si bien este aumento es significativo y una muestra de la eficiencia del sector, aún no es suficiente. Estimaciones de la FAO muestran que para 2050 será necesario producir en promedio un 50% más para atender la demanda de alimentos debido a la dinámica y crecimiento de la población, que hoy tiene a más de 700 millones de personas en condiciones de pobreza.
Históricamente el agro dio muestras de sus capacidades para lograr esos niveles de producción, pero en los últimos años y en algunas regiones se observa un proceso de menor crecimiento productivo, causado por una limitación en la expansión de área y un acercamiento al potencial de las tecnologías más usadas. Por eso es clave el desarrollo y adopción de tecnologías que ayuden a incrementar los rendimientos potenciales y a proteger esos niveles productividad y sustentabilidad.
Este aumento de la oferta de alimentos es necesario, pero no a cualquier costo. Las demandas sociales respecto de conocer el camino recorrido por los alimentos, desde el campo hasta la mesa, son mayores. La preocupación por la huella ambiental generada es cada vez más significativa, igual que las restricciones de países y mercados.
Así, el agro deberá continuar en su constante incremento en la eficiencia productiva, sin descuidar la huella ambiental que genera, al igual que todas las actividades antrópicas. El sector es responsable del 21% de la generación de gases con efecto invernadero (Reporte FAO, 2017), pero la generación de biomasa por los cultivos y por actividades como la producción forestal, mitigan este efecto, ya que capturan dióxido de carbono del aire y lo almacenan en sus tejidos. Las tecnologías que generen más biomasa o reducir pérdidas utilizando el mismo nivel de recursos, mejorarán el balance desde lo ambiental.
Una de las causas de los impactos de la producción en el ambiente, y en las pérdidas en la cadena productiva, se relaciona con su distribución geográfica. Producir cerca de los lugares de consumo es una de las claves para mejorar la eficiencia y distribución. La formación o el crecimiento de cordones verdes rodeando las ciudades, a fin de disminuir los procesos logísticos serán cada vez más frecuentes, y es probable que veamos un crecimiento en el uso de tecnologías hogareñas del estilo de los cultivos hortícolas en hidroponia «listo para usar», con las que podremos retomar prácticas, en muchos casos perdidas, de producción en unidades familiares.
Si bien el agro es el proveedor mundial de alimentos, se observan tendencias alternativas que han tomado más relevancia. Hamburguesas producidas a partir de componentes vegetales (carnes 3.0) o a partir de cultivo de células animales en laboratorio (carnes 4.0) y alimentos funcionales enriquecidos con ingredientes como Omega-3, tendrán cada vez más aceptación de los consumidores, alcanzando el nivel de aprobación actual del sushi durante la próxima década. Además, proteínas alimenticias provenientes de insectos representan hoy una importante parte de la dieta proteica de unos 2000 millones de personas. Aunque es un hábito cultural, algunos estudios muestran que las nuevas generaciones son más abiertas a este tipo de consumo.
Producir más continúa siendo un desafío para el agro que se multiplica para los próximos años. Hoy más que nunca la alimentación excede los límites de la nutrición y es atravesada por la cultura, el estilo de vida, la salud y la sustentabilidad.
Hernán Ghiglione
Dr. en Ciencias Agropecuarias (UBA) y Gerente Senior de Investigación y Desarrollo en BASF