23/06/2022 – Así lo afirma el investigador del Conicet, Luis Wall. El boom de los bioinsumos y el rol de los microorganismos del suelo traen nuevos desafíos en materia de fertilidad. Aapresid adelanta algunos temas de su próximo congreso “A suelo abierto”.

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El 30º Congreso “A suelo abierto” de Aapresid vuelve a la presencialidad en Rosario, del 10 al 12 de agosto. El evento que marca la agenda del agro en materia de tecnología y conocimiento, pondrá el foco en la mirada prospectiva, invitando a pensar la agricultura que se viene y abriendo camino hacia nuevas maneras de producir, con la sustentabilidad como bandera.

Uno de los focos estará puesto en la fertilidad, cuyo abordaje y manejo se han visto revolucionados por la irrupción de los “insumos biológicos”, y los descubrimientos en materia de biofertilidad, es decir, la fertilidad que aportan los microorganismos que habitan el suelo. Los Dres. Luis Wall y Martin Torres Duggan – ambos invitados al próximo Congreso – nos adelantan algunos de los desafíos en este contexto.

Empezando por los insumos biológicos, o bioinsumos, estos incluyen un paquete de productos va desde los más conocidos y tradicionales como las bacterias del género Rhizobium que, inoculadas en la semilla permiten la fijación biológica de nitrógeno (N) por la simbiosis que se desarrolla en la planta, hasta nuevas formulaciones que se aplican en el suelo o a nivel foliar y que contienen extractos botánicos, fitohormonas, ácidos húmicos o incluso algas.

Su uso se ha convertido en una tendencia global. Según explica el Ing. Agr. Martín Torres Duggan, especialista en fertilidad de suelos y experto de la Red de Nutrición Biológica de Aapresid, tanto productores como consumidores empiezan a elegirlos por ser más “eco friendly”, sin necesariamente comprender del todo su funcionamiento.

Tipos de biológicos: biofertilizantes y bioestimulantes

Dentro de los bioinsumos con impacto en la nutrición vegetal, podemos diferenciar dos grandes grupos: los biofertilizantes y los bioestimulantes.

Los biofertilizantes son productos que tienen como principal ingrediente un organismo vivo que genera efectos sobre el cultivo, relacionados con la absorción de nutrientes como N o P. En general se aplican como tratamiento de semilla, es decir como inoculante. Algunos ejemplos: Bacillus, Trichoderma, Azospirillum o Rhizobium.

Los bioestimulantes, por su parte, son un grupo muy heterogéneo de formulaciones que contienen sustancias y/o organismos (que van de extractos botánicos, fitohormonas, ácidos húmicos, hasta algas como Ascophyllum) que generan un efecto fisiológico y/o bioquímico en las plantas, que se traduce en impactos positivos, como mejoras en rendimiento y/o calidad del producto cosechado, beneficios en términos del valor nutricional de tejidos como granos o frutos, mayor translocación de micronutrientes de la raíz al tallo y tolerancia al estrés biótico o abiótico (deficiencias hídricas, nutricionales, sales, contaminación con metales pesados), entre otros.

Cuáles son los verdaderos efectos de los bioinsumos

En muchos de estos bioinsumos – sobre todo los biofertilizantes – su comportamiento a campo está ampliamente probado. Por ejemplo, en la Región Pampeana Díaz Zorita reportó resultados de más de 9 años de experimentación a campo en condiciones extensivas de producción en más de 280 sitios sobre los efectos de Azospirillum brasilense sobre el rendimiento de los cultivos de maíz y trigo. “Las respuestas son del orden del 6% promedio en rinde, y en maíz la respuesta es económica en el 81% de los casos”, destacó Torres Duggan. También son bien sabidos los efectos de rizobios en soja, un biofertilizante ampliamente evaluado a campo y con resultados consistentes en términos del aumento de rendimiento (rango de 6-8%).

En el caso de los bioestimulantes, los efectos son menos contundentes y en términos generales moderados, aunque variables entre sitios y años. Esto se debe, en gran medida, a que los mecanismos de acción son más complejos. Según Torres Duggan, esto plantea, por un lado, un desafío agronómico: “los efectos de los insumos tiende a estudiarse por separado. Para entender los impactos de los bioestimulantes es necesario trabajar con una mirada integral y mediante equipos interdisciplinarios”. Por ejemplo, las respuestas del 20% en rinde que se ven al aplicar aminoácidos de alto valor biológico no se explican por los kilogramos de N aplicados, como es el caso de un fertilizante, sino por los efectos funcionales (cambios fisiológicos y bioquímicos) que ocurren en el cultivo.

Este enfoque integrador, donde el funcionamiento fisiológico es central, permitirá empezar a entender los mecanismos subyacentes de estos ingredientes bioactivos, así como la variabilidad en las respuestas que se observan a campo, y sobre todo en un contexto en donde se tiende a aplicar formulaciones que contienen diversos ingredientes. “Desenmarañar esta variabilidad y detectar patrones de respuesta es clave para generar un modelo de recomendación contundente al productor o asesor”, destacó.

Pero por otro lado, estos insumos serán aliados estratégicos de una agricultura cada vez más afectada por la variabilidad y el cambio climático. El abordaje de los bioestimulantes desde la fisiología del estrés vegetal, permitirá lograr cultivos mejor preparados para soportar las condiciones ambientales extremas.

Biofertilidad: otro gran jugador que entra en escena

El Bioquímico Luis Wall, de la Universidad Nacional de Quilmes y el CONICET, trabaja desde hace más de una década junto a productores estudiando la biofertilidad. “La biofertilidad es la capacidad que tiene el suelo de generar un ambiente saludable para el crecimiento de las plantas a partir del funcionamiento de la biología del suelo, es decir del resultado de las interacciones biológicas entre los organismos que en él viven”.

Según Wall, esta fertilidad biológica se da tanto a nivel de físico – donde la acción de bacterias, hongos y lombrices mejora la porosidad y la agregación de las partículas del suelo – como químico, dado que esa misma microbiota facilita la disponibilidad de nutrientes para la planta. Esta biofertilidad también tiene que ver con el control biológico que ejercen los microorganismos para proteger a la planta de enfermedades.

Esto podría explicar muchos de los efectos positivos de la Agricultura Siempre Verde (ASV), que tiende a una mayor intensidad y diversidad de cultivos. “En este tipo de planteos productivos estudiados en zonas como Pergamino, o incluso en Patagonia, hay una parte de la respuesta en rindes que no se puede explicar por el agregado de un fertilizante”. Acá entra en juego la biología de suelos, resaltó Wall. “El establecimiento de conexiones entre plantas por filamentos de hongos micorríticos, como si las plantas estuvieran cableadas y conectadas entre sí, es un mecanismo de funcionamiento de los suelos naturales de bosques y praderas que creo que debería poder expresarse en sistemas diversos en siembra directa (SD)”, remarcó.

“La posibilidad observada por algunos productores de reemplazar el agregado de fertilizantes tradicionales por un manejo particular de herramientas como los cultivos de servicio (CS), para mi tendría una explicación en estos mecanismos, pero no tenemos estudios realizados a campo para verificar esta hipótesis”, agregó.

Por otro lado, destacó la importancia de comprender un aspecto particular del funcionamiento de los bioinsumos: “cuando inoculamos una semilla con microorganismos promotores del crecimiento (PGPR) y tenemos una mejora de rendimiento o sanidad, atribuimos esa mejora a la acción directa de ese microorganismo inoculado. Sin embargo, estudios recientes muestran que el PGPR inoculado cambia la composición de la comunidad de microorganismos asociados a la planta y es este cambio, esta nueva estructura de comunidad microbiana asociada a la planta lo que determinaría las mejoras de sanidad y productividad”.

¿Estamos ante un nuevo paradigma de fertilidad?

La irrupción de los bioinsumos y los últimos descubrimientos en materia de biofertilidad revolucionan la forma de entender la fertilidad edáfica, tal cual la conocemos hasta ahora.

Por un lado, el manejo de la fertilización por reposición considera al suelo como si fuera un florero, desaprovechando el potencial de biofertilidad que ofrece el sistema. Wall sugiere que es posible transicionar hacia una agricultura que sustituya total o parcialmente el agregado de fertilizantes tradicionales y que potencie la biofertilidad, es decir, la fertilidad que aporta la biología de suelos.

“La eliminación de los fertilizantes químicos del sistema seguramente producirá grandes caídas en el rendimiento, pues estamos forzando al sistema a funcionar en un sentido para el cual no lo hemos preparado”, enfatizó. Sin embargo, este nuevo ambiente en el que el nutriente no se encuentra fácilmente disponible para la planta, genera las condiciones para que sea la microbiología asociada a ésta la que se reacomode para proveerle el N y P necesarios para su desarrollo, a partir del reciclado del N-orgánico y P-orgánico, no necesariamente pasando por el proceso de mineralización.

En el paradigma que plantea el Dr. Luis Wall los desafíos tienen que ver con lo mucho que falta por conocer del microbioma del suelo asociado a la planta. Por un lado, es necesario desarrollar estrategias de manejo adecuadas que permitan potenciar la vida en el suelo y, por el otro, hacer de uso extensivo las herramientas para medir la biofertilidad. “Sin dudas, esto requiere de infraestructura y de un programa de trabajo que involucre al sector científico, productivo y al Estado, como organismo regulador del cuidado del ambiente”, agregó.

A esta mirada, el Dr. Martín Torres Duggan sostiene que si bien es difícil pensar en un paradigma sin fertilizantes tradicionales, es necesario fomentar el paradigma de la “agricultura ecológica”, que cuenta con evidencia experimental y un marco epistemológico validado que pone el foco en los procesos, en lugar de los insumos.

Este paradigma no excluye ningún tipo de insumo, porque pone el foco en los principios de la Ciencia Ecológica aplicada a los agroecosistemas. En los agroecosistemas, el componente antrópico, que es el hombre cultivando, debería regirse por principios como la rotación de cultivos en intensidad y diversidad, la siembra directa, el mantenimiento de plantas vivas creciendo en el suelo (e.g. cultivos de servicio), la nutrición balanceada, entre otros. En el marco de este paradigma, los insumos utilizados pueden ser diversos, incluyendo los fertilizantes y enmiendas tradicionales (e.g. urea, SFS, SFT, yeso, carbonatos, roca fosfórica, etc.), pero también a cualquier fuente de nutriente que pueda contribuir a la nutrición del sistema: cultivos de servicios, estiércol, efluentes pecuarios, compost, etc. Pero la clave está en enfocarse en los procesos que hacen a la nutrición balanceada, como el diagnóstico, la elección de la fuente, momento y forma de fertilizar. En este contexto, los bioestimulantes y biofertilizantes no solo complementan, sino que sinergizan y mejoran la performance agronómica de los fertilizantes tradicionales en sentido amplio.

Una agricultura regida por un enfoque de procesos garantiza la eficiencia de uso de nutrientes y reduce los impactos sobre el ambiente. Si bien Argentina es líder en agricultura de conservación como la siembra directa, que a nivel global no es de adopción masiva, tenemos mucho por hacer y mejorar en cuestiones básicas relativas al manejo de la fertilidad de suelos.

En nuestro país predomina la agricultura extractiva de nutrientes, donde no hay reposición ni diagnóstico de fertilidad (solo el 20-30% de los productores realiza análisis de suelo). Tampoco se utilizan dosis suficientes, y esto se ve en la caída sistemática de los niveles de disponibilidad de los nutrientes a lo largo del tiempo en las principales zonas de producción de la Región Pampeana.

En este contexto, Torres Duggan resaltó que, por ahora, no se cuenta con evidencia experimental sobre el paradigma de la biofertilidad edáfica, pero tampoco resulta adecuado un “paradigma químico” basado exclusivamente en la aplicación de fertilizantes tradicionales (mal llamados “químicos” ya que todo material aplicado al suelo es una sustancia y por ende, un compuesto químico). “Creo que deberíamos ir hacia un paradigma de convergencia, donde la agricultura necesitará regirse por principios de la Ecología, sumando los nuevos conocimientos de la microbiología y rizobiología agrícola bajo un enfoque de relación suelo/planta mediado por las microbiota asociado a ambos sistemas”, concluyó.

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