14/10/2021 – Su definición de reglas -por acción u omisión- afectan los intereses y no son inocuas para los demás actores del mercado y las inversiones globales, en especial en el “sensible sector agrícola”.

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En los últimos días el gobierno del Presidente Joe Biden hizo lo posible por destacar la importancia del diálogo que sostuvieron el 8 de octubre el Vicepremier de China, Liú He, y la titular de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, embajadora Katherine Tai, quienes se proponen evaluar los resultados del acuerdo bilateral de comercio que suscribieran en 2020 y otros elementos de su conflictiva relación económica. Ninguna de estas decisiones es inocua para los demás actores del comercio y las inversiones globales. Los protagonistas de esta reunión pueden trastocar con gran facilidad los intereses creados de quienes se desempeñan en el mercado global, lo que obviamente incluye al sensible mercado agrícola. Paralelamente, pueden definir por acción u omisión dónde estará instalado el ámbito de negociación de las futuras reglas que hoy no terminan de ser negociadas y aprobadas en la OMC ni en muchos de los acuerdos regionales de integración.

A esta altura resulta indudable que Joe Biden no llegó a la Casa Blanca con la intención de revertir los desastres populistas que generaron el ex ´presidente Donald Trump y sus apóstoles (ver mis notas sobre los debates organizados por el CSIS). Prueba de ello es que el pasado 4 de octubre la Representante Comercial de Estados Unidos, embajadora Katherine Tai, adelantó que el gobierno demócrata sólo se propone corregir, completar o profundizar los enfoques del Acuerdo bilateral de primera fase suscripto entre China y Estados Unidos.

También enfatizó que la agenda se concibió con la finalidad de examinar las medidas y enfoques que Washington considera necesarios para proteger su comercio exterior de prácticas anticompetitivas o ajenas a la economía de mercado que caracteriza el accionar de ese país asiático.

La embajadora subrayó que la nueva política comercial de Washington estará centralmente orientada a satisfacer los intereses y el bienestar de los trabajadores estadounidenses.

La ambigüedad del lenguaje no impide ver algunas cosas. Por lo pronto que el gobierno del presidente Biden desea ganar tiempo para actualizar la envejecida infraestructura del país; erigir una versión “moderna” de política industrial (lo que supone aplicar un criterio desarrollista para sustituir las importaciones de sectores “estratégicos” y maximizar la utilización del Compre en Estados Unidos ó Buy American) y la clara determinación de resucitar y estimular su liderazgo tecnológico, mediante la generalización de la economía digital y el uso a destajo de la inteligencia artificial. Desde el punto de vista político, Washington concentra su mirada en el objetivo de frenar tanto la posición dominante de China en el comercio global, como la ocupación de espacios geo-estratégicos y sus ventajas relativas en el campo de las tecnologías más sensibles. Estas nociones aclaran el innegable vínculo que media entre comercio y seguridad.

Pero los enunciados de la titular del USTR definen, al mismo tiempo, la vocación mercantilista que esconde la pugna por “modernizar” las reglas del intercambio existentes en la OMC, o de cualquier otro foro que resulte ser más amigable para aplicar la nueva doctrina de Washington, apelando a ideas que debieran penetrar en los esqueletos de los acuerdos regionales de nueva generación (tipo nuevo NAFTA), para concebir “disciplinas sobre el comercio justo del Siglo XXI”.

Si bien en el antiguo GATT de 1947 ya existía el concepto de trato justo, la versión que hoy impulsa la Casa Blanca se vincula con las intenciones de reintroducir el equilibrio cuasi automático entre exportaciones e importaciones, una tóxica versión de los fanáticos del comercio administrado. Semejante enfoque contraviene el pensar de gran parte de los economistas, quienes saben de memoria que el equilibrio contable del intercambio no es el camino a la prosperidad y que las sobrevaluaciones cambiarias tienden a ser, muchas veces, el síntoma tóxico de una baja propensión al ahorro. En estos días la Argentina y Brasil registran un considerable superávit en sus respectivos intercambios comerciales, sin que ello constituya una señal de esplendor económico.

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​El club de los que piensan parecido

Según Tai, el replanteo del cuadro regulatorio facilitaría la carrera hacia la “cúspide de las economías de mercado y las democracias” que exhiben el mérito del pensamiento similar (like minded), una afirmación que obliga a especular acerca de quiénes serán los miembros aceptables de la nueva cofradía o Club; quién será la autoridad de admisión y sobre qué biblia (reglas) deberán prestar juramento quienes aspiren a ser parte del juego. La OCDE nos enseña que los mayores violadores de sus buenas prácticas suelen hallarse entre sus miembros más veteranos e importantes.

La verdadera propuesta de Estados Unidos sobre el tema es partir en dos la OMC y el intercambio global, volver al contexto de la década de los “70´s” y dejar que el mundo socialista haga lo que quiera mientras no intente poner los pies fuera de su propio “club”.

En la práctica ello significa que Washington ve con buenos ojos montar un planeta más dividido que el conocido durante la Guerra Fría.

La presentación de Tai debería explicar párrafo por párrafo lo que quiere decir el “manejo responsable y justo” de la competencia que propone el presidente Biden. Según el diagnóstico que Tai incluyó en su presentación, China se apropió de la prosperidad de sus socios comerciales al violar las reglas que los demás respetan. Asimismo, que Beijing expandió, sin complejo de culpa, el papel del Estado en la gestión económica.

La titular del USTR recordó que las torcidas prácticas comerciales de China (como los subsidios industriales, el influyente papel de las empresas del Estado, la manipulación de los insumos, sus opacas sendas financieras y el desconocimiento de las obligaciones sobre propiedad intelectual) le permitieron pasar de la nada a controlar el 60% del mercado siderúrgico global (con una oferta actual que ronda las 1.000 millones de toneladas), el control del 80 % de la producción global de los paneles fotovoltaicos que sirven para producir energía solar y otros sectores en los que con anterioridad Estados Unidos ejercía una visible primacía global, aplicando las reglas convencionales de competencia.

Uno de esos sectores de nueva generación en el que Beijing manipuló su posición dominante es la manufactura de semi-conductores, proceso en el que China invirtió fondos públicos estimados en US$150.000 millones.

Una referencia similar alegó al destacar que las decisiones poco transparentes de la demanda agrícola del país asiático suele tener en ascuas a los productores rurales de Estados Unidos, quienes nunca están seguros acerca de si podrán o no competir en el mercado chino y cuáles serán los términos o reglas que deberán acatar.

Además señaló que, si bien Washington le ganó a Beijing los 27 paneles o disputas comerciales que fueron dirimidas en la OMC, tales decisiones sirvieron para poner en caja problemas específicos de los sectores directamente involucrados, sin corregir en nada el contexto productivo, comercial, financiero y tecnológico de la nueva potencia hegemónica.

La embajadora Tai señaló que sus reflejos no estarán dirigidos a insuflar un mayor nivel de conflicto en los vínculos que hay entre ambos países. Tras el encuentro, un breve comunicado oficial sólo destaca que Liu He, el Vice Premier de China, y la titular del USTR consultarán con sus respectivos gobiernos acerca del seguimiento que habrá de asignarse a los temas analizados en el mencionado diálogo.

Jorge Riaboi
Diplomático y Periodista
Clarín Rural