27/11/2021 – Frente al desarrollo de Brasil y otros países de la región, nuestra agroindustria padece la relación insumo-producto. Su impacto en toda la sociedad.

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Dos eventos relevantes pusieron el tono en la semana. El primero fue el cóctel de las cuatro cadenas de cultivos (ACSoja, Maizar, Asagir y Argentrigo), que contó con la presencia del ministro de Agricultura y Ganadería, Julián Domínguez. El segundo fue un encuentro organizado por la Fundación Alem, para analizar un tema clave: los aumentos de precios de los insumos. Veamos un poquito.

En el cóctel de las cuatro cadenas, Luis Zubizarreta, titular de la cadena sojera, mostró con un ejemplo sencillo el impacto de las retenciones. Un tema que vuelve a estar sobre el tapete tras los dichos del secretario de Comercio, Roberto Feletti, que volvió a tensar la cuerda cuando agitó el fantasma del “desacople”.

Zubizarreta dijo que Brasil, que no tiene derechos de exportación y no toca el tipo de cambio desde hace añoslogró reducir la pobreza a la mitad en los últimos 50 años: bajó del 48 al 24%. “La Argentina, cuidando “la mesa de los argentinos”, en el mismo plazo pasó de 4 a 40%”. Corolario: la actividad agroindustrial difunde por todos los poros de la sociedad, y si se la libera los resultados se expresan más pronto que tarde en beneficio del conjunto.

El ministro Domínguez escuchó atentamente. Y a su turno lanzó una frase interesante: “los productores no son formadores de precio”. A buen entendedor, pocas palabras. Sigamos.

Efectivamente, los chacrers son tomadores de precios. Es cierto que la Argentina tiene cierta incidencia en la evolución de las cotizaciones, por ser un actor importante en productos clave como la harina y el aceite de soja, y en menor medida en maíz y trigo. Pero no existe la posibilidad de una conducta individual o colectiva para incidir en la evolución de las cotizaciones.

En otras palabras, tenemos los mismos precios que los productores de todo el mundo, pero con una quita por lejanía geográfica respecto a los diferentes mercados. Estamos más alejados que todos los competidores. Esto se compensa con productividad, lograda sobre la base de la incorporación de tecnología, el proceso distintivo de la “Segunda Revolución de las Pampas”.

Pero esta revolución tecnológica está tremendamente influenciada por la relación insumo producto. Se desencadenó, precisamente, cuando el uno a uno significó un mismo dólar para lo que el productor compra y para lo que el productor vende. Cuando aparecieron las retenciones, se alteró esa relación: hacen falta más unidades de producto para pagar una unidad de insumo. Más kilos de maíz por kilo de fertilizante.

Y aquí entro en el segundo evento. El del costo de los insumos. Subieron en todo el mundo, por una combinación de factores. Desde la crisis de logística en la pandemia y postpandemia, la suba del precio del petróleo, el cierre de plantas de agroquímicos y fertilizantes, y hasta el impacto del huracán IDA, que hace unos meses provocó el colapso de la principal fábrica de glifosato de Estados Unidos. Esta tormenta perfecta se superpuso con el sorpresivo aumento de los precios agrícolas que se desencadenó hace un año.

Cuando los precios suben, aparecen más actores en todo el mundo interesados en aumentar la producción. Sube la demanda de insumos. Corolario: el precio de la urea se duplicó, rozando los mil dólares la tonelada. Y lo mismo pasó con el glifosato, que marcó el paso a los demás herbicidas.

Si no existieran las retenciones, estas pampas estarían en igualdad de condiciones que el resto del mundo agropecuario. Pero frente a la quita de precios que implican, aparece el temor de un menor uso de tecnología. Por ahora no parece haberse dado, pero en la medida en que arrecian las amenazas de un aumento, o de una restricción de las exportaciones (que tiene el mismo efecto o peor), se genera una inmediata reticencia a la intensificación. Consecuencia: menor siembra, fertilización en dosis homeopáticas, búsqueda de híbridos más baratos, etc. Una espiral negativa que termina impactando en el área cultivada y, sobre todo, en los rindes.

Menos dólares. Más pobreza. Cosas sabidas, pero que conviene refrescar porque hay funcionarios que insisten.

Héctor Huergo
Clarín Rural