12/01/2022 – El corazón de la cuenca lechera arde cada día, pero la tarea productiva no se frena y te contamos cómo se trabaja a pesar del termómetro.

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El termómetro en Rafaela marcó 41,3 grados y la diferencia entre estar a la sombra o al sol significa diferentes grados de agobio.

Esta semana la cuenca lechera está ardida y al estrés calórico de los animales se le suma el esfuerzo multiplicado de quienes trabajan en las fosas de los tambos, pero también el malestar por las pérdidas en litros de leche que se van con el calor.

Al sur del aeródromo de la “Perla del Oeste”, sobre la Ruta Nacional 34, el tambo de Juan Zimmermann nos recibe para mostrar lo que pasa en medio de la ola de calor en un tambo promedio, en un tambo real, de esos que hay por todo el país y que son los de mayor impacto social y económico en las comunidades.

Sobre tierra suelta, después de tantos días sin nubes, espera a la sobra de un tímido paraíso el responsable de este campo. Ya pasó la pelea por resistir a la que iba a ser una ordenanza de uso de fitosanitarios que no les permitiría seguir adelante y ahora toda la energía se vuelve a depositar en producir, en trabajar sin desacanso en esta tarea apasionante que es la del tambo.

Juan es ingeniero agrónomo y en su familia hace siete generaciones que están vinculados con el campo. Tiene por delante el desafío de la continuidad en la actividad productiva dependiendo de las elecciones profesionales que hagan sus hijas. Mientras tanto, se dice convencido que no tiene que agrandarse, que tiene que invertir para seguir trabajando y mejorando las condiciones para los animales y los trabajadores, pero en el tamaño de tambo que tiene hoy, que se armó de emergencia en 1968 cuando en el otro tambo de Santa Clara de Saguier el clima apuró las decisiones para trasladar animales.

Tiene hoy los dos tambos y toda la agricultura que se hace es para alimentar animales, entre maíz, sorgo y alfalfa, aunque también heno para rollos. Los maíces están resistiendo ya que por casualidad fueron sembrados tarde a pesar de ser de primera y tuvieron los beneficios de algunas lluvias intercaladas en el final de noviembre y el comienzo de diciembre.

En el tambo de Saguier se salvaron de la piedra, pero con un acumulado más importante de agua están más enteros.

Llegar a la ordeñadora

En el tambo de los Zimmermann, los animales disponen de sombras móviles que las aprovechan por completo.

Tienen en los lotes de alfalfa un tanque de 14 mil litros que se mueve con el tractor para que nos les falte agua durante el pastoreo en las parcelas, aunque también hay algunos árboles que les sirven de refugio, tanto a las vacas en ordeño, a las secas, como a los terneros que se crían hasta los 240 kilos. Al lado de la sombra se les pone alfalfa picada, rollo, o silo y después del tambo van a pastorear a gusto un rato hasta volver al reparo.

En los últimos meses, en la sala de ordeño se colocó piso de goma y también retiradores automáticos que permiten reducir hasta en 40 minutos cada una de las rutinas, que se cumplen a las 6 de la mañana y a las 16 horas, cada día. También tienen tres tractores nuevos con los cuales el trabajo con los cultivos mejora en cuanto a confort.

“Estamos haciendo inversiones para que la gente trabaje más cómoda, pero no voy a crecer, no me voy a largar a ampliarme más que esto”, cuenta Zimmermann y comenta que “el próximo paso es hacer un tinglado para el corral de espera con ventiladores y aspersores”, en un trabajo que se hace “emparchando hace 50 años” y con poco espacio.

El tambo está en un campo de 66 hectáreas, se alquilan otras 45 hectáreas en un campo lindante y en la escuela-granja Peretti, que también está sobre la Ruta y bien en frente del campo, crecen los terneros, para una posterior recría en otro campo.

Son 170 vacas totales, 140 en ordeño y 30 que se fueron secando desde noviembre, con pariciones ocasionales en estos dos meses. En cuanto a la productividad, “estabamos entre 3.300 y 3.400 hasta principios de diciembre, cuando llegó la primera ola de calor; y ahora rondamos los 2.800 litros por día”, algo así como un promedio de 21 a 25 litros por animal.

Esta semana los registros llegaron a poco más de 2.700 litros, por lo tanto a pesar del buen impulso de 2021, la buena preñez, las pérdidas del verano escalan y golpean toda la planificación.

En el tambo se hace control lechero, no para seguir cuestiones genéticas como se hace en las cabañas, sino que “nos sirve para ver la persistencia de las vacas, la fecha de secado, los litros que tiene”, para ordenar el trabajo, sobre todo en semanas difíciles como estas.

Sabiduría y práctica

María y Rubén son los que se encargan de las vacas. Es un matrimonio que trabaja en ese tambo desde hace más de 20 años y están siempre. “No hay vacaciones, no hay feriado, siempre está uno de nosotros dos para cubrirnos”, aunque en casos de salud una de sus hijas también colabora.

Los dos empezaron a las ocho y nueve años a trabajar en el tambo, con diferentes tareas, pero sabiendo desde siempre la dedicación que requiere, la entrega que implica.

Rubén se lava la cara, se refresca después de la siesta y empieza a cargar los comederos con balanceado, mientras María moja el piso y las hace entrar por tandas a cada lado de la fosa. Les lavan las ubres, las enfrían y después les conectan las pesoneras.

Los animales jadean pero no se rinden ante semejante calor. La nobleza de las vacas está asegurada para obtener la bebida más completa que existe. El próximo paso será la sombra en el corral de espera, un paso que este calor está acelerando para que se concrete.

Es un trabajo repetido, pero hay que saber hacerlo y con la naturalidad de María y de Rubén se nota. Existe una mirada optimista para su futuro también, traduciendo al esfuerzo en seguridades para cuando llegue la jubilación. Es él quien asegura que a pesar de no haber estudiado sabe cómo atender a cada animal y cada situación que se presenta.

Existe un buen vínculo con Juan y con su madre Edith, que es la dueña original de esta y la otra unidad productiva. Hay una convicción de siempre seguir adelante que además de admirable es la que asegura a una lechería viva.

“Yo nunca voy a cerrar el tambo”, dice Juan Zimmermann con una sonrisa y detrás del barbijo, a pesar de las cuestiones climáticas, de las políticas contradictorias, de los precios, de las restricciones, e incluso de las dificultades económicas que históricamente hacen casi imposible planificar en el sector, pero que con tanta argentinidad y en este caso mucha influencia cultural de la inmigración, lo siguen teniendo siempre en marcha.

Agrofy News